Luis el de los perros

LUIS EL DE LOS PERROS, SU VIDA FUE PURA GENEROSIDAD

Estamos ante uno de los “queridos diferentes”, que en su día calificó Antonio Sevillano, como más apreciado y querido por los almerienses en los años sesenta cuyo recuerdo nos arranca a más de uno una ligera sonrisa. Gandul por excelencia, ocurrente, desarrapado, noble, generoso y sin dar jamás “un palo al agua”, Luis Méndez Cañadas o más bien “Luis el de los perros” se fue silencioso de este mundo con solo cincuenta años en la sala Santa María del Hospital Provincial que tan bien conocía. Luis el de los perros, con su inseparable bicicleta con cajón adaptada para llevar sus perros, vino al mundo en el paraje de la Huerta de Azcona -lo que hoy es la calle Paco Aquino- allá por los años veinte.

Vivió su juventud en la cuesta del -Almanzor- durante el tiempo que vivió su madre, después a su muerte Luis fue cambiando afianzándose como un bohemio soñador. Sus fieles escuderos, primero Manolo -su primer perro que murió de viejo- y después la perrilla Layka, completaban su personal show en plena calle.

A Luis le gustaban los toros y era asiduo a las novilladas económicas de aquellos años e incluso estuvo “acartelado” una tarde haciendo el paseíllo junto a otras dos “figuras”, El Paella y Nostalgias. Esa tarde el equipo de don Domingo Artés se vio superado, aunque a veces no de cornadas, sino más bien de esfínteres desatados. Luis, que vivía a su manera y a costa del prójimo, tenía un corazón que no le cogía en el pecho.

Por las mañanas se iba a la Lonja del pescado pidiéndole a uno y a otros un “ranchico” de jureles, sardinas o bogas. No eran para él. Los llevaba a los viejos del Asilo. Su peregrinaje pedigüeño acababa por la tarde, después de recorrer los estancos pidiendo tabaco a quien se encontrara para luego con lo “recaudado” irse a la cárcel o al Manicomio para dárselo a los reclusos y pacientes.

Así era la vida de este vago redomado, entrañable, que un buen día, en el parque, fue sorprendido fumándose un cigarro de grifa por el policía Don Antonio, y para “destruir” pruebas se tragó el canuto. Tenía muy buena retentiva y memoria. No le gustaba estar quieto mucho tiempo. Le encantaba Barcelona, donde presumía de tener buenos amigos. Cuando se inspiraba te decía de memoria todos los lugares que pasaba la carretea nacional 340 entre la capital y la Ciudad Condal o todas estaciones por las que pasaba el tren. Oficialmente murió de una insuficiencia respiratoria, pero personalmente comparto la opinión de mi colega Sevilano, Luis el de los Perros en realidad murió desengañado del mundo y fundamentalmente de tristeza. Descanse en paz.

JOSE ANGEL PEREZ









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